1. Darme Cuenta.
Ya no me acuerdo cuando fue que empecé a desear morir… Soy un anciano desde hace mucho tiempo ya. Un hombre sano, siempre lo he sido.
Mi anhelo mas profundo es morirme reconociéndome en quién Yo Soy, honrándome de manera consciente. No antes, no después. En el momento justo en que mi tiempo termine; cuando mi cuerpo decida dar ese último aliento, y mi corazón su último latido.
He sido paciente. Si miro hacia atrás reconozco el largo recorrido. Sé que todo es perfecto. Tengo todo lo que necesitaría.
He tenido una buena vida;
y ¿qué es una buena Vida, sino la preparación para el día de nuestra muerte?
Solo queda estar atento a las señales, a las sensaciones. Y sobretodo permitirme también saborear ésta espera. Día con día. Y disfrutar del proceso con toda ésta expectativa, incrementa el Gozo que tendrá el clímax.
Sé quién soy.
Mis ancestros y ancestras me inspiran. He visto como lo han hecho antes, me lo han enseñado en Acto. Lo sé: La diferencia es poder darme cuenta. Eso es lo único que me permitirá hacer el Acto Ritual en ese momento.
2.Abro los ojos.
He abierto los ojos en la obscuridad habitual de mi lecho para dormir.
Algunos rayos de luna se traspasan por esos agujeros de mi viejo techo de palmas. Me gusta verles entrar, como si pudiera acariciar su línea de luz al verles caer en el piso de tierra seca, dura de tan pisada.
Escucho los sonidos de la noche y sé que falta poco para el amanecer. Éste es el momento más obscuro, instantes donde hasta los grillos y las cigarras callan. Cuando los búhos dejan de ulular, para dormir nuevamente, pero todavía no cierran sus ojos. Como si se detuviera el tiempo. Como ese espacio donde no se inhala, ni se exhala… Hasta que los pájaros del día despiertan y el sol renace dejándose mirar para calentarnos nuevamente.
No me es común despertarme así. Percibo unas sensaciones diferentes en mi cuerpo. Un calor interno me ha secado la boca; como si subiera el fuego interno hacia mi cabeza. De un momento a otro se ha secado mi piel, mis ojos. Como si el agua en mi cuerpo se estuviera evaporando gentilmente. Me siento pesado. Como si la tierra me abrazara queriéndome integrar en su entraña, y yo quisiera dejarme ir con ella. Deseo rendirme como nos rendimos antes de un orgasmo. Mi corazón esta latiendo más fuerte, lento y fuerte. Como si mi sangre se espesara y algo la sedujera para quedarse inmóvil, sin flujo, el gozo de estar sin movimiento. Mi manera de respirar es menos fácil. Entonces me “doy cuenta”. El momento de mi transición ha llegado.
Veo mi certeza. Sé.
He estado presente y acompañado muchas llegadas y muchas partidas. Partos y muertes.
Cuando una mujer está embarazada, y todo fluye en su proceso de manera natural, hay un momento muy importante y especial; el momento cuando ella se “da cuenta” de que ha iniciado labor de parto. En ese momento, ella sabe que no hay reversa. Lo importante para ella, también es poder reconocer el momento… entonces solo ella puede entrar en lo Sagrado del Ser y vivir la transición.
En ésta comunidad acompañamos la vida y acompañamos la muerte. No hay diferencia. Nuestra mas clara representación de la muerte-vida es la semilla, inerte y llena de todas las posibilidades. La muerte al vientre para nacer a lo que creemos aquí que es La Vida es similar al momento de Vida que nos lleva a trascender cuando morimos.
Algunas mujeres embarazadas pueden tocar el espacio interno donde -ya desean el parto- en su más profunda intimidad. Ése, ése es el mismo espacio que cuando deseamos morir. Después vienen un cierto numero de contracciones y descansos hasta que se entra en otro estado de consciencia. Se cruza “El Puente”. La mujer se convierte en Diosa, Infinita y Sagrada. Es la representación viviente de la Unidad de La Dualidad. Ella es el/la Cosmos en su totalidad. Eternidad en el momento presente. Ella se une con el/la Gran Espíritu en Acto. Y entonces, ahí, una mujer nace como Madre y la comunidad ha tenido un hijo o una hija.
Haber vivido el nacimiento y la muerte de muchas madres y muchos padres, de muchas hermanas y hermanos, de muchos hijos e hijas de cerca me ha permitido reconocer los fluidos, los olores y las sensaciones de éstos procesos.
La emoción me inunda, como si todo mi cuerpo y sus alrededores se iluminaran en color dorado. Mi cara se enrojece. Mi pecho se ensancha caliente de alegría y gozo. La emoción interna es tan poderosa, tan intensa que sobrepasa la capacidad de mi cuerpo para mostrarle. Sonrío para mi. Por mi. Si fuera un niño, estaría saltando de alegría, gritando: ¡Pude darme cuenta! ¡Pude darme cuenta!
Me levanto para salir. Reconozco la baja temperatura de la mañana en mi piel, pero no siento frío. Huelo el aire seco, en ésta obscuridad silenciosa que en minutos será iluminada.
Me habito, me reconozco a mi. ¡No imagino mejor momento para subir la Sagrada Montaña!. Camino lento. Nunca he necesitado bastón. Nada me duele. La sensación de carcajada interna surge mostrándose en mi boca ligeramente. Me siento más Anciano que nunca, ¡qué Gozo!
Miro mi choza con respeto y agradecimiento por última vez. Me despido internamente en reverencia. Parto en este momento a La Montaña Sagrada de la Vida y de la Muerte. Sé que voy solo, y en esta caminata no hay retorno. Esta vez es solo de Ida.
3. Mi caminar hacia cima.
Mi cuerpo reconoce la energía de la montaña. Mi amada montaña. Siento como si la gravedad con su magnetismo me estuviera "caminando hacia arriba", subiendo sin esfuerzo. Yo solo me suelto a permitirlo. Es agradable. Voy despacio, con paso en ritmo. Voy fuerte. He subido tantas veces antes, que no podría ni siquiera contar cuántas. Hoy, La montaña me camina a mi llevándome a tantos recuerdos… Sé lo acompañado que estoy, que Soy.
Camino, y me acompañan todos los seres a mi alrededor. La certeza de su presencia y su energía; cada animal; cada planta; cada insecto. En esta zona la vegetación es poca, es baja. Miro con curiosidad los pequeños arbustos de hojas delgadas a mi lado. Algunas de esas hierbas generan un olor, fresco, fuerte. En la comunidad sabemos distinguir las hierbas para sanar. Es justo en esta hora de la mañana cuando salimos a buscar a algunas de ellas, el olor nos guía. Puedo percibir su aroma en mi nariz, en mi cuerpo completo. Agradezco al desierto donde he sido acogido en ésta vida.
Camino, y me acompañan en mi interior los sonidos de grupos diferentes de la tribu con los que subí. El reconocimiento de Ser comunidad, todas y cada una de las personas muertas y vivas que la han formado y nutrido con su presencia. Pienso en aquella vez de niño que subí con el grupo de mujeres. Todas mis madres. Su andar era veloz, y no nos esperaban, había que seguirles el paso. Mi madre biológica con su piel morena, con su cuerpo robusto, con su cayado desde joven. Siento agradecimiento a cada una, todas mis madres. Honro esa pertenencia al grupo que habita en mí. El vínculo amoroso se siente al grupo.
Camino, y me acompaña la certeza de que Yo Soy todos los lugares donde he estado, hoy están en mi. Forman parte de mi sabiduría. Soy todo árbol que subí. Soy toda tierra que pisé, todo aire que respiré. Aquí en mi, cada experiencia en toda forma, yo soy.
Camino, y me acompaña cada planta o animal que me ha alimentado con su energía de vida. Son mi cuerpo, mi energía, mi vida. Honro cada bocado.
Camino, me acompañan y me inspiran mis guías, todos los maestros que me enseñaron con paciencia. Reconozco como padre o madre a aquellas personas que me han mostrado el mundo, enseñado con sabiduría o cuidado mis procesos y crecimiento. Hoy se sentirían satisfechos de lo que hicieron, de mí; porque yo soy el gozo de su victoria.
Camino, me acompaña cada acto y palabra intercambiada, cada persona que amé, cada sonrisa y cada carcajada. Llevo demasiado tiempo viviendo, enseñando, compartiendo las prácticas energéticas, rituales y las tradiciones de la comunidad. Yo también estoy orgulloso de mí. Honro cada aprendizaje, las enseñanzas y las prácticas que he hecho cada día, con sus cambios y transformaciones.
Pienso en mi hijo. A veces generamos vínculos mas intensos con alguien con más afinidad, así ha sido con él. Es ya un hombre, se ha ganado un lugar importante en la comunidad. Me siento muy orgulloso de haberlo acompañado en su camino y de ver el Ser en que se ha convertido. Me imagino cuando el se de cuenta de que no estoy en mi choza. Siento otra vez risa interna. Va a intuirlo de inmediato. Y sé que se va a sentir profundamente feliz por mi, porque él también sabe lo que esto implica. El ha integrado lo rituales sagrados en su sabiduría. Conoce las tradiciones y reconoce los procesos internos que se atraviesan. El es ya un chamán que podría cuidar y sostener a la tribu, lo sabe, lo sé. Y el sabe que yo sé, aunque quiera seguirme dando mi lugar. Lo cual me conmueve de ternura y un sentimiento de agradecimiento mezclado con compasión para él y para mi. Lo visualizo subiendo la montaña solo, pero esta vez para irme a buscar. Para asegurarse de que mi cuerpo esta arriba y entonces convocar a la tribu para hacer todo lo que se hace después de que uno de nosotros trasciende. Sabe que hacer. Siento paz.
Es curioso como este sendero de subida es el mismo, es el mismo y al mismo tiempo es tan diferente, se ha transformado tanto con el paso de los años.
Me doy cuenta de que sigo sonriendo.
Mi cabello blanco a los hombros, no lo he cortado desde hace mucho, no ha sido necesario, es tan poco, y mide unos cuantos centímetros de cualquier manera. Lo llevo amarrado con una tripa. La edad así como cambia la cantidad y la grasa del cabello, también me ha dado una calva que alarga mi frente. Tengo una piel tan arrugada, que no hay lugar lisito. Y también un pellejo en el cuello del cual me siento muy orgulloso; Lo puedo jalar con mis dedos huesudos hacia abajo. Amo mi pellejo, si.
Miro cada planta a mi lado, sabiendo que es la ultima vez que les miro. Parece como si les viera por primera vez; quizás así es.
Las sensaciones de éste proceso me regresan a ser consciente de mi corporalidad, son claras en mi. Siento el estomago hacia adentro y cierta ensoñación, como si mi sistema nervioso estuviera preparándose para irse. Se siente tan real como irreal. Como las ensoñaciones al meditar profundo antes de volver a la consciencia. El cansancio y la vejez en mi. Estoy sano, pero anciano.
Lo estoy logrando.
Siento unidad con la Montaña, con todos los seres en ella, amigos.
Ella me reconoce. Sabe a qué voy. Me está conteniendo, cuidando.
Como cuando un poderoso imán toma algo de metal que también se magnetiza, y entonces ambos son uno solo. Así mí certeza: Yo Soy la Montaña.
4. El Altar.
La cima de la montaña tiene menos vegetación aún.
La zona que utilizamos como comunidad para los altares y rituales, es una planicie. Lo que la hace especial es todo lo que ha sucedido ahí. Quizás esté sin vegetación este centro, por el uso que le hemos dado o quizás por estar sin vegetación le hemos dado uso. Da igual. No tiene nada. Es un pedazo de tierra plano, todos sabemos donde es.
He visto a este “pedazo de tierra” llenarse de flores y de ofrendas de todo tipo. Sentados en círculo con diversos intentos de Cambio de Ciclo. Hemos cantado aquí por días. Hemos puesto tantos altares en su centro; para bendecir, para agradecer, para cuidar, para acompañar, para soltar, para liberar, para nacer o morir… todas para decir: Amor. Grupos de comunidad con propósitos y con sentido. La comunidad somos familia, todos somos uno/una.
Así que, así se siente morir.
Vuelvo a reconocer mis sensaciones corporales.
Respiro mientras miro el cielo, ya amanecido. Miro a la tierra seca y fría. Percibo el cielo y la tierra en unidad, en unidad conmigo. Siento una absoluta paz, gozo y confianza de "morir", aunque el sentimiento es de certeza de que no hay final.
Lo primero que hago es quitarme el cinturón con bolsita de piel. Le abro y saco un cuchillo. Este cuchillo me ha acompañado por muchos, muchos años. Siempre conmigo. Herramienta que ha salvado mi vida y tomado la vida de otros seres para comer en momentos cruciales. También ha cortado frutos, alimentándonos. Llego a mis manos en un ritual como algo muy sagrado; Lo fué, lo es. Agradezco al animal con el que fue hecho el mango, de su hueso; agradezco a la tierra por el metal que hizo su filo. Y con ceremonia lo dejo en el centro de la zona, en el altar.
Ahora la pequeña bolsa donde lo cargaba, hecha de piel de res. Honro a la res de la misma manera. Le pongo en el mismo lugar.
Tomo el viejo contenedor de agua que colocado en mi cinturón me ha acompañado tanto tiempo, y como ofrenda a la montaña, derramo el agua en la tierra. Este acto en otro momento, por el calor del desierto, hubiera significado la diferencia entre la vida y la muerte. Pero ya no la voy a necesitar.
Me quito la ropa. Solo llevo ésta túnica blanca, esta muy amarilla y vieja por tanto uso. La verdad es que hubiera podido haberla cambiado antes fácilmente, pero no he querido. Con gozo de mi risa interna o con cierto sarcasmo, me gusta parecer viejo como mi ropa. De la misma manera le doblo con agradecimiento y le dejo en el lugar.
Me siento en posición fetal recargado en una pequeña piedra en el centro. Ahora en el centro del altar estoy yo. La ofrenda soy yo. Yo soy los insectos y los coyotes, las rocas y las aves, la vida en movimiento en ciclos en todas sus formas. No puedo imaginar mas belleza que yo mismo solo, sentado como símbolo de lo que yo soy en este acto sagrado: ofrendándome.
La unidad con el/la Gran Espíritu es tan clara y al mismo tiempo empiezo a sentirme como en un sueño.
Es entonces cuando en voz alta empiezo a hacer el canto. El canto de la vida y de la muerte. Lo he cantado tantas veces que ahora es como si al cantarlo todas las personas y todas las veces que lo he cantado están conmigo. Escucho en mi interior el sonido del canto en grupo. Escucho los tambores en mi corazón. Escucho cada célula de mi cuerpo retumbando con la fuerza de los cantos sin tiempo. He celebrado mi propia muerte cada vez que he cantado esto. Y hoy ha llegado. Se expande mi alma en gozo. Sigo cantando repitiendo las tres formas de sonido una y otra vez.
En mis pensamientos se que ya no me necesitan. Me siento orgulloso, contento y tranquilo de cómo hoy la comunidad tiene lo que necesita para sostener las tradiciones, las prácticas. Pienso en mi nieta, hermosa con su gran barriga. Va a parir en unos días. No tengo deseo de conocer a ese hijo o hija ya. Estoy listo para irme.
Hasta que entro en otro estado de conciencia: no dormido, no despierto. Ya no da la fuerza para soplar sonido. El canto continúa solo en mi interior. Nacer o morir no hay diferencia. En unidad, sin tiempo, me dejo ir mientras me canto mi propia canción de cuna.
✍🏽 Texto original de Avinasha Paola. Todos los derechos reservados.
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